Cuando hablamos de sequías solemos referirnos a las de tipo meteorológico, es decir, aquellas que vienen determinadas por un déficit en las precipitaciones. Sin embargo, pueden ser también agrícolas, cuando la cantidad de humedad del suelo no satisface las demandas de los cultivos; hidrológica, cuando los suministros de agua están por debajo de lo normal; o socioeconómicas, cuando la escasez de agua afecta directamente a las personas.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM) la sequía es un período seco prolongado dentro del ciclo climático natural que puede ocurrir en cualquier parte del mundo. Esta definición nos da dos claves importantes para entender realmente la sequía: se trata de un fenómeno natural y puede darse en cualquier rincón del planeta.
Es decir, las sequías ya existían antes de que el ser humano iniciase la Revolución Industrial, empezase a quemar combustibles fósiles y llenase la atmósfera de gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo, esto no quiere decir que el cambio climático no tenga nada que ver en algunas de las sequías que se dan en la actualidad.
De acuerdo con la ONU, el número y la duración de las sequías ha aumentado un 29 % desde el año 2000 –teniendo como referencia las dos décadas anteriores–. Se espera que esta tendencia continúe, ya que, lejos de reducirse, las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático siguen aumentando y con ello el calentamiento global. La temperatura media del planeta en 2022 fue 1,15 °C más alta que la de los valores medios del periodo preindustrial (el Acuerdo de París marca como objetivo no superar la subida de 1,5 °C para evitar las peores consecuencias del cambio climático).
Lo cierto es que no es posible prevenir las sequías meteorológicas, del mismo modo que no podemos evitar que caiga agua del cielo cuando las nubes amenazan lluvia. Lo que sí es posible, sin embargo, es crear condiciones propicias para que sus impactos sean más leves.
“Es posible preparar al mundo frente a la sequía y sobre todo estudiar en detalle los diferentes sectores para que sean más resilientes”, explica Elena López Gunn, fundadora y CEO de Icatalist, una startup española especializada en sostenibilidad y soluciones de adaptabilidad frente al cambio climático.
Algunas de las soluciones existentes buscan facilitar la adaptación de los ecosistemas y las sociedades humanas a las sequías. Otras se centran en prevenir estos fenómenos en un nuevo escenario marcado por el cambio climático.
Todos podemos ayudar a crear sistemas más resilientes ante las sequías. A nivel personal, hay muchas cosas que se pueden hacer tanto para ahorrar agua como para reducir las emisiones de efecto invernadero (y frenar el cambio climático, que agrava las consecuencias de las sequías y las hace más frecuentes e intensas).
Estas son algunas de las recomendaciones de la Organización de Consumidores y Usuarios de España (OCU) para reducir el uso de agua:
Estos pequeños gestos pueden significar un cambio importante. El español medio gasta un total de 133 litros de agua al día; de estos, solo dos son para beber. El resto se utiliza sobre todo para asearse (36 %), en el inodoro (32 %) y en la cocina (27 %).
Las pequeñas y medianas empresas también tienen mucho que aportar. Además de poner en práctica los consejos anteriores en sus oficinas y lugares de trabajo, pueden llevar a cabo otras acciones a nivel organizativo. Estas son algunas de ellas:
Aunque es muy complicado prevenir las sequías, es posible aumentar la resiliencia de nuestros sistemas a sus consecuencias. Existen iniciativas para lograrlo en todo el planeta desde atrapanieblas de Lima hasta sistemas de cultivo más eficientes en Burkina Faso, pasando por plataformas para proteger el Amazonas o tecnología para asesorar a los agricultores del Mediterráneo. Todas ellas, con un objetivo común, ayudar a mejorar nuestra gestión del agua y proteger la naturaleza.
BBVA cuenta con un Plan Global de Ecoeficiencia para reducir su impacto medioambiental. Algunas de las medidas aplicadas en sus sedes buscan limitar el consumo a través de sistemas de reciclaje de aguas grises, que se reutilizan en sanitarios e inodoros; sistemas de captura de aguas pluviales, que se usan para el riego; y sistemas de urinarios secos, por ejemplo.
Estas y otras medidas han permitido a la entidad financiera reducir más de un 12 % el consumo de agua por empleado desde 2019 y aumentar en un 57 % el uso de agua reciclada en el último año, entre otros logros.
Aunque es muy complicado prevenir las sequías, es posible aumentar la resiliencia de nuestros sistemas a sus consecuencias. Existen iniciativas para lograrlo en todo el planeta desde atrapanieblas de Lima hasta sistemas de cultivo más eficientes en Burkina Faso, pasando por plataformas para proteger el Amazonas o tecnología para asesorar a los agricultores del Mediterráneo. Todas ellas, con un objetivo común, ayudar a mejorar nuestra gestión del agua y proteger la naturaleza.