OPINIÓN

Preguntas sin respuesta... aún

José Ángel Rupérez,

presidente de Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES)

José Ángel Rupérez

De los acuciantes problemas ambientales a que nos enfrentamos, sin duda, el principal es la crisis climática ocasionada por las emisiones de gases de efecto invernadero que a nivel global no decrecen, a pesar del gran avance de las energías renovables en el último decenio. Los científicos, a través de recientes informes, nos advierten de los riesgos que supone no solo de enormes daños materiales, también de grave impacto en la salud y de gran sufrimiento para buena parte la humanidad.

Para evitarlo la tarea a realizar es enorme y hay poco tiempo, por ello es necesario actuar con mucha más ambición y rapidez sin olvidar que aproximadamente la mitad de la consecución del objetivo de no subir más de 1,5 o C respecto a la época preindustrial, como fija el Acuerdo de París, está en la necesaria y drástica mejora de eficiencia en el uso de la energía y de los recursos. Ello no se conseguirá solo con mejoras tecnológicas, serán imprescindibles también con importantes cambios en nuestro modo de vida.Todos debemos colaborar para que este objetivo sea una realidad y la buena noticia es que si queremos, es posible.

La pérdida de biodiversidad, que ya los científicos denominan como sexta gran extinción, está provocada en parte por el mencionado cambio climático, lo que muestra la interrelación existente entre las causas de los distintos problemas ambientales. Pero el cambio climático no es la única causa ni quizás la de mayor impacto para esta pérdida, la extensión de la agricultura química, la ganadería y la pesca excesiva e indiscriminada son factores clave en la pérdida de biodiversidad.

Propuestas como un sistema alimentario bajo en carbono y agricultura ecológica restauradora de suelos son cambios que deben ser impulsados también urgentemente para detener la desertificación que, además de contribuir a la pérdida de biodiversidad, será un riesgo para la alimentación de la humanidad. Durante los últimos años ha surgido con palpable realidad la contaminación que producen los plásticos en todos los ecosistemas, pero fundamentalmente en los mares y océanos. Es la punta visible de un iceberg que en su parte invisible están los llamados microplásticos presentes ya en toda la biosfera y que se están incorporando a las cadenas tróficas incluyendo la alimentación humana. Esta realidad ambiental de nuestra sociedad nos transmite la sensación de estar en una huida continuada hacia adelante abriendo caminos que están simultáneamente repletos de duda pero también de esperanza. Llegados a este punto, parece que estamos tan al límite que sea cual sea la dirección de los pasos que se dan, más pronto que tarde se constata que se ha rebasado la capacidad de carga de la biosfera.

Surgen entonces muchas preguntas a dis- tintos niveles que espero pronto encuentren respuesta: ¿Cuándo decidirá la Unión Europea asignar legislativamente la responsabilidad ampliada del productor a cualquier producto que usa plástico o quizás mejor aun al material plástico? El dinero que nunca duerme, ¿dedicará algún tiempo de su eterna vigilia a asegurar la sostenibilidad del sistema pero dentro de los límites de la biosfera? ¿Cómo lograr que los enormes pero necesarios cambios a realizar se hagan dentro de la denominada transición justa? ¿Cómo aprovecharemos la tremenda cantidad de activos e infraestructuras aparcados? ¿Estará el lado rico del mundo dispuesto alguna vez a renunciar a algo de nuestra confortable pero insostenible forma de producir y consumir? ¿Cuándo será reconocido universalmente que solo lo realmente sostenible es desarrollo?