OPINIÓN

Lograr una sociedad más humana y justa a través de la RSC

María Escudero,

presidenta de Fundación Menudos Corazones

María Escudero

Últimamente parece que la palabra Responsabilidad Social Corporativa está de moda, pero creo que, con frecuencia, la utilizamos sin tener muy claro qué significa o qué puede significar. ¿Es acaso la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) la versión moderna de la caridad? ¿O es, como algunos dicen, la forma que tienen las empresas de mejorar su imagen, de lavarse las manos? Creo que esta interpretación deriva, por una parte, de una visión de la empresa monolítica y, por otra parte, de una interpretación de la RSC como una relación unilateral en la que una parte aporta y la otra recibe.

Sin embargo, por la experiencia de la Fundación Menudos Corazones, que ha sido beneficiaria durante muchos años de la RSC de numerosas y muy diversas empresas, podemos afirmar que la RSC se basa más bien en la confianza mutua y en la colaboración. Para que la RSC de una empresa funcione con una entidad sin ánimo de lucro, tiene que haber una simbiosis entre ambas basada en el entendimiento mutuo, en una similitud o complementariedad de objetivos y filosofías y en un mutuo beneficio. No importa el tamaño de la empresa ni de la entidad, lo importante es que ambos tengan claros cuáles son los factores que les unen, qué les lleva a trabajar juntos, por qué luchan. Sólo así ambas partes se esforzarán al máximo para lograr que el acuerdo funcione, superando los posibles escollos cuando surjan.

La RSC puede ponerse en práctica de muy diversas formas, y cada una de estas formas aportará a ambas partes distintos tipos de beneficio. No deja nunca de impresionarme el efecto que tienen en los empleados de una importante empresa de profesionales las visitas que hacen a los hospitales para compartir unas horas con los niños con cardiopatías congénitas allí ingresados. Es para estos profesionales, hombres y mujeres hechos y derechos, una experiencia única. El coraje, la capacidad de sufrimiento, la alegría, la ilusión y la valentía con la que estos niños tan pequeños enfrentan su situación, es una lección que nunca olvidan. Y no son masoquistas, pero repiten… ¿Y los empleados de una importante empresa que han contribuido a amueblar ellos mismos uno de los pisos en los que se alojan gratuitamente las familias que tienen que desplazarse a Madrid para que sus hijos sean intervenidos? ¡Qué espíritu de equipo!

Allí desaparecen los escalafones, y lo único importante es hacer las cosas bien para que esas familias estén, a pesar de las dificultades, lo más cómodas posible. Y esos profesionales, acostumbrados a trabajar frente al ordenador, suben y bajan muebles como si fueran transportistas de toda la vida, y hacen chistes, y se descubren unos a otros en facetas tan alejadas de su trabajo cotidiano, se ríen y disfrutan.

Porque sí, ayudar a los demás también hace que nos sintamos bien. Y aunque es cierto que en los hospitales se derraman algunas lágrimas, son lágrimas de emoción, casi diría de orgullo, de valoración y agradecimiento ante esa muestra de fortaleza. Y los empleados de una importante cadena de hoteles, que también aloja gratuitamente a las familias, piden ellos mismos que se continúe el programa, y se desviven porque las familias se sientan como en casa, y saberse realmente útiles les hace sentirse mejor con su propio trabajo. Y para los trabajadores de una empresa farmacéutica fue valiosísimo entrar en contacto con los beneficiarios del fruto de todo su esfuerzo y trabajo diario. Están con tanta frecuencia concentrados en una parcela tan pequeña de un trabajo tan especializado que les resulta a veces difícil ver el bosque en su conjunto. Pero poder abrazar, ver los ojos y las sonrisas de esos niños que siguen disfrutando de la vida gracias al marcapasos que construyen entre todos, es algo que no tiene precio. ¿Y las visitas a los campamentos de verano en los que se puede ver a estos niños disfrutar, compartir, normalizar en definitiva sus vidas, gracias al esfuerzo de tantas personas que sin conocerles han contribuido de una manera u otra a hacer esas experiencias posibles? Los chavales agradecen tanto la presencia de los profesionales que van a compartir con ellos sus conocimientos de una forma lúdica, los que les hablan de temas de superación y esfuerzo que les resultan tan familiares y estimulantes, los que emplean parte de sus propias vacaciones o tiempo libre para hacer trabajos que van a redundar en la mejora de su calidad de vida…

Son tantas y tantas las formas de ayudar, y nos reportan tanto…

¿Y qué decir de lo que todas estas ayudas suponen para los niños y sus familias? No creo que hagan falta muchas explicaciones. Cada granito de arena contribuye a normalizar la vida de estos niños, y es una apuesta por su futuro. En definitiva, ellos nos enseñan a valorar la vida y nosotros, a cambio, tenemos la oportunidad de ayudarles a vivir. No se trata por tanto de una relación unilateral. Es hora de que dejemos de pensar en las empresas como entes lejanos, fríos, inanimados e inaccesibles. Las empresas están formadas por individuos, personas que, como nosotros, tienen unas vidas, incluso a veces complicadas, y cuyos deseos, ilusiones y esperanzas, no están tan alejados de los nuestros. La RSC da la oportunidad de volver a poner al individuo en el centro del sistema. No sólo de la empresa, sino de la sociedad. Contribuyendo así a lograr una sociedad no sólo más humana, sino también más justa, de individuos más felices, más realizados como personas. La RSC puede ser un medio por el que la empresa, el hombre de hojalata, encuentre al fin su corazón.