OPINIÓN

Consumo y bienestar

Cristina García-Orcoyen,

Directora Gerente de Fundación Entorno-BCSD España

Cristina García-Orcoyen

Un reciente estudio de la Organización Amigos de la Tierra titulado “Overconsumption” alerta de que los hábitos de consumo en las sociedades industrializadas requieren hasta 15 veces más recursos naturales por habitante que las sociedades de los países pobres.

El mismo estudio señala que el hombre consume actualmente un 50% más de recursos naturales que hace 30 años y que los países ricos emplean diez veces más recursos naturales que los países pobres. Con cerca de tres toneladas per cápita al año, Europa es el continente que más recursos naturales importa. Sabemos que esto no es socialmente equitativo, que económicamente es de dudosa rentabilidad y que ambientalmente es ruinoso, pero seguimos insistiendo en interpretar los
niveles de consumo como indicadores indiscutibles de bienestar.

Sin embargo, numerosos estudios e informes demuestran que el aumento del consumo no es proporcional al aumento del bienestar. Alcanzado un determinado nivel de consumo, las sociedades no son más felices por tener más. No hay más que echar un vistazo a las estadísticas sobre depresiones y suicidios, que arrojan números cada vez más escalofriantes en los países industrializados.

Hace tiempo que debimos enfocar nuestro desarrollo hacia nuevos modelos que midan el bienestar y la felicidad a partir de otros índices que no sean los indicadores de producción y consumo. Hace tiempo que debimos empezar a repensar el papel del desarrollo económico y los vínculos entre el uso de los recursos, la calidad de vida y la felicidad.

Pero no lo hemos hecho. Nuestro políticos tienen cosas más importantes que hacer que ocuparse de la verdadera felicidad de los ciudadanos; nuestros empresarios temen perder cuota de mercado y beneficios; y nosotros, los ciudadanos, preferimos no pensar, y mucho menos pasar a la acción. ¿Para qué? ¡Es tan cómodo dejarse llevar! Y cuando compramos eso que no necesitamos acallamos por unas horas nuestras angustias y hasta sentimos cierta superioridad frente al vecino, compañero de trabajo, amigo. Además, ahí está la publicidad que nos induce cada día a confundir el tener con el ser. “Tengo, luego soy”, es la máxima de nuestro tiempo, y en ella depositamos nuestras esperanzas de futuro y felicidad.

Sin embargo, despreciamos, y casi diría que desconocemos, el inmenso placer de nuestro poder como individuos responsables a la hora de tomar decisiones de consumo. Lo cierto es que nuestra forma de consumir influye en el verdadero bienestar del mundo de forma directa. Un consumo consciente y responsable es una pequeña/gran contribución y un importante instrumento de presión frente al mercado. Si cambiamos la demanda, poco a poco deberá cambiar la oferta para adaptarse a ella. Y somos los consumidores los que creamos la demanda.

Nunca debemos perder de vista que el acto de consumir no solamente responde a la satisfacción de una necesidad, sino que implica colaborar en los procesos económicos, ambientales y sociales de la sociedad, la más próxima y también las más lejanas.

Por ello, una economía verdaderamente sostenible tendría que abordar, junto al PIB, aspectos como el capital social, los valores culturales, la huella ecológica y la sostenibilidad ambiental.