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Ser “original” es volver al “origen”
Ángeles Parra ,
directora de BioCultura y presidenta de Asociación Vida Sana
BioCultura se fue gestando poco a poco. Partió de un encuentro con Don Enrique Tierno Galván. Fuimos desde la Asociación Vida Sana a verle y él nos abrió las puertas del ayuntamiento de Madrid y, también, las puertas de su corazón. Había que hacer algo con todo aquello. La alimentación ecológica, la salud natural… “Esto es una revolución de carácter espiritual”, dijo. Y no andaba desencaminado. Éramos varias personas del área catalana que estábamos preocupados por la forma en que la alimentación industrial contaminaba los ecosistemas y a las personas. Pero nuestras inquietudes no se quedaban ahí. Había más: la búsqueda de una salud primigenia y no medicalizada, de una vida en armonía con la Naturaleza, de una educación más sensata, parto natural, lactancia materna, respeto por los derechos animales, etc. Pronto vimos que, para llevar a cabo mejor nuestra tarea, teníamos que constituirnos en asociación.
A partir de ahí, empezamos a llevar a cabo todo tipo de actividades: convencer a campesinos para que trabajaran sin agroquímicos, buscar tiendas que quisieran vender esos productos, desarrollar una actividad docente para que pudiera empezar a haber profesionales capacitados, incluso tuvimos que elaborar los primeros estándares de certificación ecológica, lo que en aquel entonces se llamaron los “Cuadernos de Normas” para poder controlar y certificar los productos biológicos… En fin, muchas cosas que se fueron gestando poco a poco. Porque todo eso no ocurrió de la noche a la mañana. Por nuestra asociación pasó mucha gente. Algunos, muy capacitados y muy sabios. Otros, personajes rocambolescos que parecían salidos de novelas surrealistas. Algunos, muy serios. Otros… un fraude total. También hubo algún que otro gurú trasnochado que confundía la velocidad con el tocino. Poco a poco, la asociación fue profesionalizándose… sin perder su sentido de la lucha por los objetivos iniciales.
Éramos personas que queríamos luchar por una vida sana, descontaminada, en pos de la alimentación ecológica, la salud verdadera y no la seudosalud actual, la regeneración del planeta, la biodiversidad… Éramos luchadores natos y teníamos un compromiso tan grande y tan pasional… que no había nada que pudiera detenernos. Eso lo echo a faltar en gente joven de hoy, que quiere ver enseguida los frutos de sus iniciativas. Para nosotros, cualquier esfuerzo era poco. Yo trabajaba de enfermera por las noches y durante el día estaba en la asociación. Dormía unas cinco, seis horas al día. Aquello era brutal, pero muy hermoso al mismo tiempo. Eso sí, descartaría volver a involucrarme en cambios sociales que no tenían exactamente una relación directa con todo esto que estamos hablando y que, más bien, tenían relación con ideas alocadas de gurús delirantes. Por suerte, fuimos muchos los que supimos elegir el camino correcto y deshacernos de ideas y energías nocivas y tóxicas disfrazadas de “ecología”. Había que pasar esa prueba. Era normal: tiempos de confusión en los que falsos sabios usurpan el lugar de los verdaderos hombres y mujeres de sabiduría y paz. Pero seguramente todo ha tenido un sentido, y creo que he aprendido también a reconocer los errores, aunque sí me arrepiento también de algunas cosas que no supe ver en su momento.
El movimiento “bio” está hoy en, creo, un momento muy interesante. La crisis ha puesto las cosas claras. Algunos creían que esto era una moda, una cosa o de “hippies” o de “pijos”, una tendencia pasajera… Se ha visto que no. Que hay mucha gente que quiere ser responsable con sus hábitos cotidianos. Son cada vez más las personas que saben que la democracia hace aguas por todas partes, que la justicia no es justa, que los medios no son imparciales, que la educación educa tendenciosamente hacia un lado y no hacia otro… Así que, de forma absolutamente pacífica, un sector de la población, gente responsable y consciente, quiere decantar la balanza del lado de la regeneración y la armonía y tiene claro que la clave no está en ir a votar cada cuatro años, sino en la práctica de unos hábitos cotidianos insurgentes: alimentación ecológica, autogestión de la salud, eco-nomía local y del bien común, energías renovables y descentralizadas, etc. Siguen creciendo las cooperativas y los grupos de consumo, se afianza la relación directa entre consumidores y productores, otras nuevas formas de eco-nomía y de moneda surgen por todas partes, el funcionamiento del Sistema en general está en tela de juicio… Con prudencia, de forma pacífica, pero está claro que la alimentación ecológica forma parte del cambio de paradigma, una revolución silenciosa que está creciendo en todo el planeta.
Hablemos claro… La producción ecológica no va a parar de crecer. Esto ya es imparable. Incluso en los momentos más duros de la crisis tampoco ha dejado de ascender. Es cierto que grandes compañías, grandes cadenas de distribución y empresarios poco concienciados se apuntarán, ya está pasando. Bueno, es un riesgo que hay que asumir. Siempre será mejor que lo que ya teníamos, que la alimentación industrializada y contaminada, desvitalizada y mecanizada. Pero, aunque no deje de crecer, hay que seguir batallando para que la alimentación ecológica se democratice cada vez más, para que llegue a todos los hogares. Es tan necesario como en su día lo fue que llegara el agua o la electricidad… No hay que dejar de batallar, no hay que dejarse vencer por la inercia del Sistema, no hay que parar de dar a conocer las virtudes de una alimentación sana, descontaminada… En cualquier caso, las enfermedades de la civilización tampoco dejan de crecer y, para bien o para mal, esto dispara las alertas y hace que muchas personas miren hacia la alimentación ecológica como una vía de solución para tanta enfermedad, tanta pandemia y tanta desazón…
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