OPINIÓN

Siglo XXI, ¿el siglo de la globalización o de las divisiones?

José Luis Iriberri,

Counselor de Facultad de Turismo y Dirección Hotelera Sant Ignasi (Universitat Ramon Llull)

José Luis Iriberri

En 2015 España alcanzará probablemente la cifra récord de 68 millones de turistas. El turismo es instrumento cohesionador y creador de comunidad humana internacional: personas que se desplazan por diversos motivos y que vuelven a su origen en un plazo relativamente corto. Pero hoy queremos manifestarnos sobre el fenómeno de los desplazados forzosos y de los hombres y mujeres que buscan refugio en Europa. Los emigrantes son diferentes: ellos no saben si podrán volver a su origen. Algunos lo consiguen cuando volver es seguro, pero muchos no vuelven nunca.

Se habla de emigrantes económicos y de refugiados que provienen de conflictos bélicos. A los primeros se les niega la acogida mientras que a los segundo sí se les ofrece, aunque siempre con condiciones. Nos parece que la distinción es difícil cuando bajamos a la realidad concreta. Todo aquel que ha de abandonar la tierra de sus antepasados vive en el desgarro del abandono. Todos los emigrantes buscan un refugio y una nueva posibilidad de vida: son seres humanos en búsqueda de una alternativa a su vida.

Algunos emigrantes llegan a Europa provenientes de países en guerra, como puede ser Siria. Pero no todo el mundo emigra o huye de su país: en Siria hay 23 millones de habitantes y ahora estamos hablando de medio millón que desea llegar a Europa. En Siria llevan ya cinco años de guerra: ¿hasta cuándo hay que esperar para actuar sobre las causas de tanta destrucción? Exigimos acciones de los gobiernos que lleven a una resolución pacífica y negociada de los conflictos.

Necesitamos una política global porque nadie es culpable de las circunstancias en las que nace. No podemos dividir el mundo en zonas de paz y prosperidad, y zonas de lucha y ausencia de futuro, y decir a cada ciudadano que apechugue con su destino. Si miramos nuestro planeta y contemplamos la humanidad, la sensación es que aún no nos hemos descubierto como miembros de la misma comunidad.

Hemos hablado con profusión de la globalización, del efecto globalizador imparable que producen los avances científicos y las nuevas tecnologías. Somos globales en la economía. Y somos globales en el turismo, llegando a los mil millones de personas desplazándose por todo el planeta. Somos globales en las noticias y también en las ideas o la música. Pero parece que la globalización no ha bajado al nivel de tierra: los muros se mantienen e incluso se hacen mayores.

Las barreras físicas al movimiento de las personas surgen justamente cuando muros famosos como el de Berlín caían por la presión popular. La frontera sur de España, Hungría, Grecia, Israel o Estados Unidos son algunos ejemplos. Y hay que añadir las barreras invisibles como las peticiones de visado, con condiciones imposibles de cumplir y que obligan a los emigrantes a entrar en los canales irregulares de tránsito que les explotan. ¿Cuántos ahogados o muertos en otras circunstancias habían pedido también su visado de entrada y se les había denegado? Los emigrantes forzados llaman a todas las puertas legales posibles antes de embarcarse en la aventura que les lleva, en muchos casos, a la muerte.

La pregunta es la siguiente: ¿podemos tener miedo a abrir nuestras fronteras a la llegada de seres humanos en busca de un futuro mejor? Por supuesto que hay muchas dificultades organizativas, estructurales, culturales y religiosas que vencer, y encontrar soluciones. Pero que haya problemas enormes no obvia la obligatoriedad de dar respuestas. Nos debemos a la humanidad y no solamente a nuestro clan. Hemos entrado en el siglo XXI sin darnos cuenta que vivimos en un mismo planeta global. En un mundo global, todos estamos aquí, en el mismo empeño de existir en esta limitada Tierra que nos acoge.

Hoy más que nunca hemos de cambiar nuestra forma de percibir la realidad, para ver y pensar en conjunto. No sólo a nivel de economía y de mercados bursátiles, sino a nivel de personas, de seres humanos.

Desde el mundo del turismo y la hospitalidad, no podemos sino deplorar la respuesta cerrada que se ha venido observando en el mundo europeo. Aparte de uno o dos países, demasiadas reacciones han sido de miedo y cierre de fronteras. Aplaudimos las iniciativas privadas y públicas en la creación de redes de solidaridad, pero nos parecen insuficientes dada la magnitud de la tragedia que tantos hombres y mujeres están viviendo en países tan cercanos como Turquía, que acoge a más de 1.5 millones de refugiados. Necesitamos una reconversión del sistema político mundial y una percepción nueva de nuestras propias realidades territoriales. Las naciones europeas están tomando decisiones al margen de la ONU, ¿no tendríamos que volver al espíritu que creó la ONU y reformar las estructuras para poder vivir en común según la Declaración de los Derechos que todos aceptaron?

La humanidad es única. No tenemos otra. Si no la protegemos, desaparecerá del planeta. Y sería una lástima. Es tiempo de acuerdos globales, en ecología y en ética social y humana. Unámonos y construyamos ese futuro de progreso, paz y justicia del que tantas veces hemos hablado.