OPINIÓN

El aislamiento de la responsabilidad social

Celestino Olalla,

consejero delegado de Otro mundo es posible

Celestino Olalla

Realmente, la RSC se ha convertido en uno de los temas más tratados en los foros empresariales de los últimos años. Ninguna corporación o empresa que aspire a tener una proyección amplia en sus mercados prescinde hoy en día de implantar iniciativas de responsabilidad social.

Sin embargo, la avalancha de iniciativas de todo tipo que han surgido en torno a este concepto, nos indica que son multitud los prismas bajo los que se aborda y enfoca la RS. Cientos o miles de conceptos y teorías al respecto se han ido sumando de la mano de expertos consultores, de profesores de escuelas de negocios, de universidades, de políticos, de empresarios, de asesores y de un largo etcétera.

Cierto que se han alcanzado consensos sobre las líneas fundamentales que deben tenerse en cuenta para implantar una política efectiva de RS, y para ello valga de ejemplo las distintas normativas que existen al respecto, con la novísima ISO 26000 a la cabeza, así como los objetivos que se pretenden conseguir.

Parece claro que al menos existe acuerdo sobre lo que debe representar la RSC, y tal como decía la experta venezolana Perla Puterman, cualquier empresa que quiera ser socialmente responsable debe entender y asumir que “ser socialmente responsable implica responder por los impactos de sus actividades y decisiones en sus partes interesadas y que además debe estar en capacidad de informar sobre esto, entenderán que deben ser transparente, tener un comportamiento ético, respetar las leyes, respetar las normas internacionales de comportamiento y por sobre todo respetar los derechos humanos de sus grupos de interés”.

Desde luego esta tendencia empresarial es digna de elogio por sus valores teóricos, así como por la determinación y espíritu con el que abordan el empeño los responsables encargados de su puesta en práctica en cada empresa, quienes resaltan a su vez como influyen estas prácticas en el incremento de negocio.

Sin embargo la RSC sigue sin contar en su esencia con las premisas fundamentales.

¿Cómo puede entenderse sino que grandes entidades financieras creen empresas paralelas con las que operar con complejos derivados y productos de alto riesgo, incluso aportando ellas mismas todo tipo de ingenierías contables para crearlos, mientras en sus sociedades matrices incorporan las últimas tendencias en materia de RSC?

¿Cómo interpretar sino que gestores desbocados sean capaces de arrastrar al abismo la economía global por sus ansias de resultados, empezando por arruinar a sus propias empresas?

¿Cómo puede entenderse de otra manera que compañías multinacionales incorporen distinto trato a sus empleados según el país al que pertenezcan, limitándose a cumplir la reglamentación local sin tener en cuenta que, en sus países sede, alguna de esas normativas implicaría una irregularidad?

¿Cómo puede entenderse que las grandes corporaciones, que son las que más recorrido han proporcionado a las prácticas de responsabilidad corporativa, presionen en las sucesivas rondas de la OMC para que permanezcan los injustos desajustes arancelarios en el comercio mundial?

Podríamos hacernos multitud de preguntas similares, pero la realidad es que las políticas de RSC siguen estando aisladas y en un terreno de nadie. Le falta una premisa fundamental: la incorporación real a la sociedad, en la que actúan, del concepto de consumo e inversión responsables.

Cuando cada uno de nosotros, a la hora de elegir sobre un producto u otro valoremos de verdad los conceptos de responsabilidad –condiciones laborales, respeto al medio ambiente, relación con colaboradores, clientes, comunidad, etc.– como algo irrenunciable, nuestras sociedades estarán en condiciones de trasladar los mismos a todos los ámbitos, incluido por supuesto el económico.