OPINIÓN

La verdadera innovación es sostenible

Juan Vera,

CEO de Edosoft

Juan Vera

Las soluciones tecnológicas e innovadoras son uno de los pilares fundamentales sobre los que se sustenta la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados en 2015 por los líderes mundiales. Estos 17 retos plantean acciones concretas en ámbitos muy diferentes, pero con un objetivo común: garantizar el progreso sostenible de nuestro planeta y de los que habitamos el mismo.

Desgraciadamente, el impacto socioeconómico que ha tenido el coronavirus ha hecho que muchos de los avances conseguidos hasta ahora se hayan visto mermados. No obstante, como indicaba el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, estamos ante la oportunidad de “reconstruir mejor y de manera más igualitaria” y una de las conclusiones positivas que podemos extraer de este último año es que la tecnología ha estado en primera línea de respuesta a la pandemia.

La crisis sanitaria ha acelerado, forzosamente, la digitalización de las empresas y, casi más importante aún, la de muchos servicios públicos. Esto ha hecho que las instituciones se hayan modernizado y adaptado a las necesidades de la sociedad y su ciudadanía, forjando así los cimientos de esa figura de gobierno abierto, accesible y moderno a la que muchos organismos aspiran y que se relaciona directamente con Objetivos de Desarrollo Sostenible como el 11: “lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles” o el 16: “promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas”.

Por otro lado, sabemos que la innovación, si está apoyada por una industrialización y una infraestructura sostenible, actúa de catalizador para descubrir soluciones eficientes que den respuesta a los desafíos económicos y medioambientales, algo que ya recoge el ODS 9: “construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización sostenible y fomentar la innovación” y que es transversal a muchos otros de los objetivos que plantea la Agenda 2030.

Ahora bien; existe, a nuestro juicio, una gran olvidada en todo este asunto y es la colaboración público-privada entendida como esa alianza necesaria para lograr alcanzar los objetivos propuestos. Por poner un ejemplo: nunca antes la brecha digital en el sector educativo había sido tan patente como a lo largo de 2020. A medida que la fase crítica de la crisis del COVID-19 vaya finalizando, es esencial que las administraciones públicas, apoyándose en el sector privado, inviertan en infraestructuras y bienes materiales para garantizar el acceso igualitario y de calidad a la educación por parte de todos los ciudadanos, meta a alcanzar por el ODS 4: “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”.

Invertir en infraestructura es complicado: requiere grandes inversiones en fases iniciales y tiene un periodo de amortización de esa inversión muy largo. Además, involucra siempre a múltiples agentes tanto públicos como privados para poder llevar a cabo no solo la inversión inicial sino la consiguiente explotación de dicha infraestructura. El Banco Mundial estima que los países en vías de desarrollo necesitan invertir un 4,5 % del PIB para lograr los ODS relacionados con infraestructuras. Estamos hablando de una brecha de miles de millones y eso asusta a cualquiera, por no hablar de que hay muchos gobiernos que, simplemente, no tienen los recursos necesarios para financiar estas inversiones.

Es aquí donde se hace patente la imperiosa necesidad de la colaboración de todos los agentes, públicos y privados, a nivel mundial, regional, nacional y local. La cooperación internacional y la financiación externa resultan cruciales para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y en estas alianzas entra, por supuesto, las de carácter público-privadas. Por poner un ejemplo concreto: en cuanto a las TIC, se estima que solo el 40 % de la población mundial tiene acceso de banda ancha a Internet. Aumentar este porcentaje hasta el 60 % puede costar, según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, 450.000 millones de dólares. Es inviable que el sector público o el privado financien, de manera individual, este coste. Por eso es necesario establecer unos mecanismos adecuados que garanticen la amortización de esta inversión desde ambos sectores.

Con estos factores, ¿por qué estamos convencidos de que la inversión vale la pena? Porque los retos presentados en la Agenda 2030 se relacionan entre sí y se retroalimentan. Si mejoramos las infraestructuras de telecomunicaciones -ODS 9: industria, innovación e infraestructura-, habilitaremos el acceso a la educación a más personas -ODS 4: educación de calidad-, reduciendo así la pobreza -ODS 1: fin de la pobreza-, con ella el hambre -ODS 2: hambre cero- y así mejoraremos la salud y el bienestar de la ciudadanía -ODS 3: salud y bienestar. Una inversión que mejora, como mínimo, los índices a alcanzar en cinco ODS diferentes.

Las cifras de inversión son abrumadoras y el camino a recorrer no es sencillo, pero lo importante es empezar a andarlo. Y como en la vida real, si se va de la mano con aliados, se llega más lejos.