Las empresas tienen un papel esencial e indispensable. Muchos estudios apuntan que las compañías son las creadoras del 80% de la actividad económica y de la riqueza mundial y, por tanto, podemos decir que, con nuestra actividad empresarial, hemos llevado al planeta a la situación actual, marcada por una emergencia climática, un incremento de la desigualdad, una pérdida de biodiversidad… Y ello se debe a que hemos gestionado los recursos como si el planeta no tuviera límites.
En estos momentos, nos hemos dado cuenta de que existen unos límites, que, además están muy cercanos, y ello va a representar un cambio en la forma de visualizar la gestión empresarial porque las compañías están aprendiendo a respetar los límites planetarios. En definitiva, las empresas son las que han creado el problema y tienen que ser las instigadoras de la solución usando los recursos de forma más eficiente.
Hay que dotar a las empresas de más alma. Es decir, no se trata sólo de atender a las necesidades del accionista, que son legítimas, sino también incluir a los demás stakeholders empezando por los propios clientes, empleados, proveedores… en definitiva, el planeta y la sociedad. Y hay que hablar más de prosperidad compartida, que es un concepto más genérico y positivo que no sólo tiene en cuenta el beneficio del accionista. Durante muchos años, las empresas hemos externalizado muchos costes y ahora llega el momento de incluirlos en la ecuación para que la forma de trabajar del futuro sea una forma mucho más integrada en la sociedad y nos permita avanzar en el siglo XXI con una manera nueva de hacer las cosas, porque la del siglo XX ya no funciona.
Cada vez, hay más directivos que se atreven a exponer posicionamientos diferentes de la ortodoxia clásica de una forma más pública. Se podría incluso hablar de una nueva categoría de líderes activistas, personas que aparecen en el foro público con opiniones que están bastante alejadas del pensamiento imperante en últimos 50 años. Creo que es muy bueno porque los directivos tenemos una esta atalaya privilegiada que nos permite entrar en contacto con los diferentes stakeholders, ver realmente cómo impactamos con nuestra actividad, y, por tanto, ser influencers a la hora de dirigir la gestión empresarial hacia una nueva forma de hacer las cosas con un liderazgo humanista y una visión integradora. Opino que es bueno que exista esta tendencia, aunque es una actitud arriesgada porque cuando una persona plantea formas diferentes de hacer las cosas se expone a la crítica y al rechazo, pero si no tomamos estos riesgos no avanzaremos. Nadie ha conseguido nunca avanzar haciendo lo mismo que hemos hecho una y otra vez.
Cuando uno entra en la discusión pública y plantea unos postulados diferentes, lógicamente, empieza un escrutinio y las empresas no somos perfectas, pero tenemos que ser capaz de aceptarlo con humildad y corregir aquello que no hacemos bien.
La redición de cuentas es necesaria y hay que empezar a comunicar de forma más transparente. En este sentido, los informes de información no financiera son esenciales y tenemos que trabajar para incluir información que sea útil, válida, transparente y fácilmente comprensible. El problema es que realmente, en estos informes, cada empresa emplea diferentes métricas y KPI y esto hace que los analistas tengan dificultades para comparar a las empresas, incluso dentro del mismo sector. Esto es un hándicap que tenemos en el campo de la Sostenibilidad y que debemos resolver cuanto antes, porque en el mundo financiero tenemos estándares de reporting desde hace décadas que realmente te marcan muy bien cómo tenemos que estructurar la información financiera para que cualquier analista pueda entenderla.
Es fundamental disponer de estándares porque la información no financiera es más diversa y compleja, y hasta que no tengamos esta herramienta de comparación estructurada no podremos valorar a las empresas por el esfuerzo que hacen en ser más sostenibles. Muestra de ello es que existe mucho greenwashing que está siendo desenmascarado por los diferentes grupos de interés.
Antes, la Sostenibilidad no estaba en la agenda o estaba de una forma marginal y, ahora, debe ser un punto estratégico de las discusiones de los Consejos. Lo que sucede es que en muchos Consejos falta conocimiento experto sobre este tema. No hay muchas personas formadas o que tengan una comprensión fina de la Sostenibilidad y todas sus vertientes para la empresa. Es algo que tenemos que resolver cuanto antes. Hay que formar a los Consejos o hay que renovarlos con personas que realmente tengan esa sensibilidad y puedan aportar visiones diferentes y, también, hay que mover a los Consejos hacia la acción mediante incentivos. Las empresas más punteras ya están incorporando sistemas de remuneración de los consejeros y directivos basados en la consecución de objetivos de Sostenibilidad, pero deben ser objetivos realistas, ambiciosos y retadores.
Las empresas, por sí solas, no podrán hacer un cambio sustancial si no tienen un marco legal que les incentive a moverse y una demanda por parte de los consumidores que vaya en ese sentido. Por tanto, hay dos extremos de la ecuación que tienen que concurrir para que se produzca un cambio de negocio. Creo que las empresas son conscientes de que estamos en época de transformación.
La sociedad del siglo XXI no puede funcionar con los parámetros del siglo XX. Antes, para para poder ofertar un producto sostenible tenía que ser rentable y, por ello, a menudo, era más caro. Hemos pasado de comprender la Sostenibilidad como una forma de ahorrar costes, usando energías renovables o materiales reciclables, para darnos cuenta de que no es una opción, es una obligación. La disyuntiva a la que nos enfrentamos es que, en el presente inmediato y en el futuro, si no eres sostenible no vas a ser rentable. Ahora la ecuación se ha invertido: o eres sostenible y haces tu actividad de una forma compatible con los límites planetarios o no vas a tener negocio.
Más que aumentar la ambición, simplemente habría que hacerlo posible. No sirve de nada aumentar el objetivo europeo de reducción de emisiones si no hacemos lo necesario para avanzar porque en Europa, estamos aumentando las emisiones cuando deberíamos reducirlas en un 7% u 8% anual en los próximos siete años. En mi opinión, es el gran fallo que tiene el sistema porque anunciar un objetivo no es suficiente para su realización. Es necesario poner los medios, incentivos positivos y negativos, que estimulen las acciones positivas y desincentiven las negativas. En muchos foros ya se discute que la Unión Europea ha tomado la estrategia de la penalización, mientras que la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos ha priorizado premiar a las empresas que adoptan iniciativas positivas. Creo que en un punto medio de estos dos extremos está la virtud.
La inversión está haciendo sus deberes. Lo que no se financia no se construye, por tanto, si los grandes fondos de inversión deciden que determinadas tecnologías no son merecedoras de financiación, al final construiremos cosas diferentes. Lo que sucede es que estos principios sostenibles, que ahora parecen más maduros, están sujetos a los vaivenes de la economía. Tiene que haber un desplazamiento rápido de la financiación de tecnologías que consumen recursos y producen emisiones hacia tecnologías limpias y maneras nuevas de fabricar que respeten el planeta y apuesten por la economía circular. Esto está sucediendo, pero no a la velocidad que necesitamos porque desde que se aprueba la financiación de un proyecto industrial hasta que está construido pasan tres o cinco años. Tenemos que ser capaces de ser más ágiles y convencer a los fondos, que tienen la capacidad de dirigir su timón inversor hacia una u otra área, de que no hay escapatoria. Hay que dejar de emitir, hay que dejar de apostar por combustibles fósiles y apostar por energías alternativas. A mi juicio, esto no está sucediendo con suficiente rapidez.