Como en todo el ecosistema, estamos en fase de asentamiento. Hemos vivido tres largos años de expansión a ritmo muy irregular en distintos frentes. Hemos asistido a una proliferación de buenas prácticas de fondos temáticos y a una expansión de regulación, y todo ello nos centra a trabajar en la implementación y análisis sobre si las normativas están funcionando y están contribuyendo a los objetivos de sostenibilidad. Una vez tengamos este diagnóstico, podremos promover mejoras.
Esta expansión sigue y, desde Spainsif, estamos llamados a acercar esa estrategia, que tradicionalmente ocurre en mercados privados, a los mercados cotizados, inversores institucionales, entidades financieras y gestoras de activos, que invierten con unos determinados criterios de solvencia, de prudencia y que pueden tener un compromiso institucional muy fuerte. Podemos acercarlos a las soluciones de impacto y ver qué fórmulas existen para canalizar esos capitales hacia productos de impacto, que es una de las estrategias más sofisticadas y con más potencial para contribuir a cambios en la economía real.
A partir del 2 de agosto de 2022, se empieza a preguntar en el test de idoneidad por las preferencias de sostenibilidad del cliente retail y la respuesta es vinculante. Esa introducción es muy compleja en lenguaje, tanto para el asesor financiero como para el cliente. A esa conversación con el cliente particular se ha trasladado toda la complejidad del marco regulatorio, que es muy garantista desde el punto de vista del greenwashing, pero en su comercialización términos como la taxonomía o la SFDR generan una barrera del lenguaje.
El inversor español tiene una inclinación natural a preocuparse por la preservación del capital. Entonces, invierte en una gama de productos muy concreta y con un nivel de prudencia extrema. Las gestoras de fondos están desarrollando mucho producto elegible bajo el concepto de “Green MiFID”, pero, aun así, la conversación no es user friendly.
Ahí, estamos llamados a hacer de traductores y facilitar la conversación. Tenemos que generar materiales y esto lo hacemos mucho en colaboración con EFPA España para que el asesor financiero se sienta predispuesto a formarse y a sentirse cómodo con estos contenidos de manera que la conversación con el cliente fluya.
Las conversaciones que se puedan estar teniendo con los clientes particulares son interesantes de cara a valorar qué tipo de demanda hay en España. El inversor español ha mostrado algunas preferencias como, por ejemplo, que no es muy sensible a temas de rentabilidad y prefiere sacrificarla un poco si la inversión tiene un muy buen impacto. Creo que sorprende, teniendo en cuenta que la inversión sostenible está claramente diferenciada de la inversión solidaria o filantrópica. Hay productos muy específicos en mercados muy concretos que no tienen investment grade, que pueden rozar lo que se llama venture philanthropy, un mix entre filantropía e inversión, pero el marco regulatorio está diseñado para que las preferencias de sostenibilidad se incorporen respetando al 100% el perfil de rentabilidad/riesgo de cada cliente. Los mystery shopping realizados han mostrado que al inversor español le preocupa el impacto positivo, pero lo entiende con unas connotaciones distintas respecto del inversor profesional.
Cuando el inversor particular dice que quiere tener impacto positivo, se refiere a que quiere formar parte de la solución. Pero cuando los profesionales de los mercados de capitales hablamos de inversión de impacto, hablamos de contribución, atribución, intencionalidad, adicionalidad..., o sea, de una estrategia muy compleja en la que tienes que demostrar que ese impacto no habría sucedido de no ser por la inversión, que se puede atribuir el impacto al inversor en lugar de a la empresa participada, o que puede habertransferencia de impacto entre inversores en fondos de fondos. Es decir, como estrategia de inversión es mucho más compleja que lo que entiende el cliente particular cuando usa la palabra impacto que se refiere a contribuir positivamente. La conversación es peligrosa porque te puedes ir a lo que está bien y lo positivamente. La conversación entre el asesor financiero y el cliente es cada vez más profunda, y hay que estar preparados.
Mi recomendación sería evitar, en la medida de lo posible, hablar sobre ética y moralidad y hablar sobre cómo tus preferencias en sostenibilidad pueden contribuir a perfilar mejor riesgos y rentabilidad. Hay que diferenciar claramente una donación a una ONG, que está fenomenal, del ejercicio de acudir a la entidad financiera a invertir e integrar la sostenibilidad para hacer mejores inversiones.
Hoy por hoy, tenemos la suerte de que la sostenibilidad está en el centro y en algunos frentes, como el caso de la transición ecológica, la mitigación del cambio climático, etc. Contamos con business cases para trasladar ejemplos claros de cómo se alinean rentabilidad, riesgo y sostenibilidad.
La S de la ASG ha generado mucho ruido y ha habido algunas voces que apuntan que defenderla el punto de vista de ciencia es más difícil. No contamos todavía con objetivos sociales a largo plazo asimilables al net zero climático, basado en ciencia, y que fijen una hoja de ruta de aquí a las próximas décadas. Pero ya empieza a haber mucho cuerpo científico que señala la rentabilidad de las inversiones con corte social. Es necesario que exista un business case económico vinculado al bienestar social, al trabajo decente, a la inclusión… Kofi Annan decía que “las empresas no pueden prosperar en sociedades que fracasan”. Yo creo que esta afirmación es verdadera si le añades “en el largo plazo”. A corto plazo, creo que a todos se nos pueden ocurrir ejemplos de industrias, como las relacionadas con defensa, como el sector armamentístico, donde se pueden obtener ganancias muy evidentes a corto plazo de ciertos fracasos sociales, pero que requieren de que las sociedades eventualmente prosperen.
Una particularidad de las inversiones de corte social es que, salvo en algunas cuestiones concretas como la protección de riesgos laborales o la igualdad de género, donde el business case de rentabilidad es relativamnte inmediato (como la incorporación de la mujer al mercado laboral y su efecto positivo en el PIB mundial), existen otras dimensiones sociales donde los retornos tanto sociales como financieros suceden en el largo plazo.
Un buen ejemplo de esto es la inversión en equidad educativa, en aumentar el acceso a oportunidades de formación a las capas de población en riesgo de exclusión. Es una inversión, desde el punto de vista del racional social y financiero, muy valiosa: evita múltiples riesgos, mejora hábitos, reduce índices futuros de criminalidad, previene dependencia de la acción social de los beneficiarios en el futuro… y en último término, contribuye a que los individuos que disfruten de esa acción educativa aporten vía impuestos en el futuro y formen parte de un tejido productivo bien engrasado, que aproveche el talento, etc. En definitiva, sacar a una persona de una situación de vulnerabilidad es tremendamente rentable. El reto que ya están abordando algunos inversores sostenibles es acortar el horizonte temporal de esos retornos, a veces, a 40 años vista.
¿Cómo y quién hace ese seguimiento? ¿Cómo se transforma ese impacto positivo futuro en rentabilidad en el presente? Desde la comunidad de las finanzas sostenibles, seguimos trabajando en este tipo de cuestiones.