OPINIÓN

Elegía al largo plazo

Marcos Eguiguren Huerta,

Miembro del Consejo de Administración de Triodos Bank

Marcos Eguiguren Huerta

El ser humano parece haber perdido la capacidad de guiar su obra por el legado que quede de la misma más allá de su corta existencia. La visión del placer inmediato -adopte este el formato que sea: consumismo, poder, seguridad, hedonismo, frivolidad-, se sitúa muy por encima de la solidaridad intertemporal que garantiza la supervivencia de las especies. En términos generales, no dejamos que nuestros pasos sean guiados por el objetivo de dejar un mundo mejor a nuestros hijos y nietos. La cruda realidad es que la mayoría de mortales nos esforzamos por salvar nuestro pellejo y vivir lo más ricamente posible en este mundo terrenal, al que nos aferramos en un esfuerzo insensato de prorrogar lo inevitable.

Así, hemos asistido impertérritos a la degradación de los pilares que sostienen nuestra sociedad como la educación, el planeta y la propia democracia. El sistema educativo ha entrado una espiral demencial, en la que nos centramos en lo tangencial formando a nuestros hijos para que subsistan en el corto plazo, olvidando lo esencial y relegando al ostracismo a aquellas disciplinas que forman parte de la comprensión profunda de la humanidad y de su esencia: la filosofía, la ética, la historia, la literatura...., que permiten interiorizar la grandeza y la pobreza del ser humano y adoptar una amplitud de miras para ver y obrar más allá de nuestras narices. Del mismo modo, la muerte del pensamiento a largo plazo ha conllevado la degeneración de la política con mayúsculas y de la verdadera democracia. El político profesional posee un horizonte temporal de actuación que no excede de los cuatro años, de los que dedica un primer año a hacerse con las riendas de su responsabilidad, mientras critica implacablemente la herencia que ha recibido de su antecesor, sea esta objetivamente buena o no. Durante los dos años siguientes toma algunas decisiones, en la mayoría de casos para cambiar lo que otros hubieran hecho en el pasado sin pensar en demasía si hay cosas que conviene o no conservarlas. Y, por último, deja de actuar y dedica su último año a ensalzar las glorias de lo que parecía haber hecho o de lo que nunca acabó de hacer y en ridiculizar las opiniones o acciones del adversario, con independencia de su racionalidad o de su acierto. No puedo evitar referirme al cambio climático y al olvido sistemático al que es sometido este fenómeno, a estas alturas científicamente poco discutido. No hay ejemplo más poderoso de la muerte del largo plazo y de su aliada, la generosidad, que el deterioro continuado del planeta sin que seamos capaces de consensuar de forma sólida las formas de atajarlo.

El abandono de la planificación a largo plazo tiene efectos en otras instituciones humanas como son las empresas. La tiranía del accionista de perfil neoliberal, la prevalencia del dividendo y del beneficio a corto y el apalancamiento como fuente de crecimiento y rentabilidad accionarial, son otro ejemplo del deceso de la generosidad y de la visión miope de muchos de los dirigentes empresariales. En el mundo de la empresa, la visión a largo plazo suele coincidir con la prudencia, con la austeridad, con la reinversión de dividendos y con un funcionamiento de las compañías como comunidades de stakeholders en las que el accionista es uno más entre ellos siendo su principal objetivo la supervivencia a largo plazo del negocio; con inteligencia, con una lectura ética del servicio y del mercado y, sobre todo, con generosidad.

Esa muerte del largo plazo, que arrastra consigo a la educación o a la democracia, es el origen de muchos de los males que nos aquejan. En los últimos tiempos amigos y conocidos me preguntan sobre la solución para nuestra Europa y yo me sonrío porque en el fondo, ¡es tan sencillo! Pero a la vez es difícil, muy difícil. Hay que ser muy generoso para renunciar a los pequeños placeres o a las prebendas de hoy para que otros a los que ni tan siquiera conoces tengan tal vez la oportunidad de gozar de una vida más equilibrada mañana. Pero, tal vez estemos a tiempo y todavía seamos capaces de resucitar el impacto positivo de la visión a largo plazo si comenzamos a tomar decisiones para planificar el futuro siguiendo criterios de solidaridad intergeneracional.